Si bien la separación de mi familia no me permitía vivir en felicidad plena, los 23 meses que viví en Frankfurt los disfruté lo mejor posible. Pero cuando mi hijo y mi marido se mudaron conmigo, la felicidad fue total. Sin embargo, solo meses después de que se mudaran me entere de la verdadera razón por la cual Ernest tuvo que dejar Washington.
Ya instalada en mi nuevo departamento y sola, mi vida trascurría en medio de una simple rutina: de casa a trabajo, de trabajo a casa, al parque a correr, a casa, ver películas y a dormir. Sin embargo, desafortunadamente mi alemán nunca despegó. El que si aprendió y usó el alemán fue mi hijo. A los siete meses de mi llegada a Alemania (ver blog “Yo no te dejaba”), Ernest y Julius llegaron a Frankfurt justo para que mi hijo empezara el 3er grado. Ernest se quedó unos días con nosotros, y luego regresó a Washington DC.
Ser padre y madre es una experiencia única. Mi rutina tuvo cambios importantes para incorporar la de Julius: dejé de hacer ejercicios porque ya no tenía ni tiempo, salía embalada de la oficina todas las tardes para recogerlo a tiempo –y mi oficina fue muy comprensiva con mis tiempos—, preparaba una comida más balanceada que cuando estaba sola… me estresaba, pero ¡yo era la más feliz! Feliz con todos esos cambios porque por fin estaba con mi hijo. Y sentía envidia sana de Ernest por llevar una vida de “soltero” en DC.
En una de nuestras comunicaciones, hacia finales de setiembre, Ernest me comenta que su oficina le habían notificado del “let go”. Eso significaba que lo “habían dejado ir” o en lenguaje claro y directo: había sido despedido. La noticia fue dura para él y, conociéndolo, sabía que estaría preocupado y deprimido, y yo no estaba físicamente con él para apoyarlo. Así que buscando el lado positivo al asunto le dije que era una excelente oportunidad para que estemos juntos. Que si tenía que buscar trabajo lo podría hacer desde Frankfurt. Los que trabajan en sectores similares, saben que cyber security —el sector donde trabaja mi marido—actualmente es muy demandado, pero también muy demandante. Así, Ernest se mudó a Frankfurt y la familia estuvo reunida nuevamente. Mi esposo nunca me dio mayores detalles del despido y, la verdad, con la sola idea de tener a mi familia junta jamás le pedí más información.
Meses después, en medio de una conversa sumamente honesta entre ambos sobre futuros planes y proyectos, Ernest me revelaría los motivos de su despido: recuerdo que, antes de mi viaje, él trabajaba mucho por las noches y al menos tres o cuatro veces a la semana de amanecida en proyectos o propuestas para el gobierno. Las llamadas telefónicas durante las cenas no eran escasas y su disponibilidad era casi 24/7. Obviamente todo eso cambio cuando se quedó solo con Julius: salir del trabajo a tiempo para recogerlo del colegio, atenderlo con las comidas, etc. Todo eso implicaba que no estaba tan disponible como antes para cuestiones laborales. ¡Se había convertido en un padre soltero! Y aparentemente la empresa no entendió esa nueva situación y simplemente decidió prescindir de sus servicios. Sentí que yo había sido la causante de esa situación. Ernest me aclaro que la decisión había sido de ambos y que no había porque sentirme culpable. Una cosa era lo que él me decía, otra muy diferente como yo me sentía. Me sentí muy culpable.
¿Por qué me sentía así? Porque me crié en una sociedad donde aún persiste la mentalidad de que quien pone el dinero y financia el hogar debe ser el hombre. Porque el trabajo de la mujer es complementario y quien debe aportar “mas” es siempre el hombre. Porque si solo quien trabaja la mujer, hombre es un “mantenido” o algunos dirían, en jerga actual, un “cosito”. Todo eso lo vi, lo asimilé cuando era pequeña y a pesar de llevar muchos años fuera del país, esas raíces aun persistían. ¡Qué difícil es a veces romper con esos “clichés” que afloran en momentos en que no lo esperas! Tuve que lidiar con esos demonios internos y poco a poco el sentimiento de culpa se alejó y dio paso al de rabia. Rabia y dolor porque mi marido había sido penalizado por lo que, hoy en día, todo el mundo exige a gritos: equidad de género; por encargarse de su hijo y combinar labores de casa con las del trabajo. ¿De qué equidad hablamos si, como en este caso, a los hombres no se les da la oportunidad para desempeñarse también en sus roles de padres?
Esta experiencia nos sirvió mucho para fortalecernos como pareja al apoyarnos incondicionalmente en circunstancias complicadas, pero también me sirvió de forma individual para revisar paradigmas que pensé erradicados pero que en verdad estaban dormidos. Para repensar los roles en equipo que tanto hombres como mujeres tenemos, superar los estigmas que arrastraba y seguir adelante…
…siempre de la mano con mi pareja.
Karla
PS: Ernest encontró un nuevo trabajo y regresó a Washington con Julius en Julio del 2017.